Jesús Robles Maloof
10/09/2013 - 12:00 am
Tlaxcoaque y la memoria sobre crímenes de lesa humanidad
Mañana hace 40 años caía la democracia chilena de Salvador Allende, y bajo la complacencia de Estados Unidos, se imponía la dictadura de Augusto Pinochet. Se interrumpió la historia a precio de miles de vidas humanas tomando el camino del terror. El bombardeo sobre el Palacio de La Moneda lanzó al aire miles de fragmentos […]
Mañana hace 40 años caía la democracia chilena de Salvador Allende, y bajo la complacencia de Estados Unidos, se imponía la dictadura de Augusto Pinochet. Se interrumpió la historia a precio de miles de vidas humanas tomando el camino del terror. El bombardeo sobre el Palacio de La Moneda lanzó al aire miles de fragmentos de memoria que sólo la terca voluntad de justicia ha logrado reunir.
De todas las heridas de la dictadura pendientes de resarcir, destacan los macabros lugares que funcionaron como centros de detención, tortura y desaparición forzada. Como en la ESMA en Argentina, en Chile han logrado recuperar Londres 38, inmueble expropiado por la dictadura al Partido Socialista para ser usado por más de un año como centro de detención y desaparición forzada.
Tras una lucha de años, ahora es un lugar de memorias para la democracia. Las viejas baldosas que eran lo único que veían los perseguidos políticos mientras eran torturados, han sido extraídas y como un acto simbólico de justicia, fueron colocadas sobre la calle de Londres con un lustre dorado y grabado en ellas, el nombre de cada uno de los torturados y desaparecidos, liberando así a quienes la dictadura se llevó. Se observa en esa calle un destello dorado de memoria y justicia.
En México por el contrario, la memoria flaquea. En la Plaza de las Tres Culturas, un pequeño y deteriorado memorial nombra a quienes ahí cayeron asesinados por el Ejército. A su costado, el Museo Universitario intenta rendir un homenaje a los estudiantes del 68. Desde mi punto de vista se trata de un intento tímido pero valioso. En la Comisión de Derechos Humanos del DF hay un discreto memorial de todas las personas asesinadas durante la guerra sucia, pero no hemos recuperado para la memoria y la justicia un solo centro de detención, desaparición y tortura de los varios que operaron en la ciudad.
En noviembre del 2012, mi madre, mi padre y yo formulamos a la comisión formada para analizar el caso del monumento a Heydar Aliyev en paseo de la Reforma, la siguiente propuesta de resolutivo: La construcción de un memorial a las víctimas de la represión política, la desaparición forzada, la ejecución extrajudicial y la tortura durante la guerra sucia en plaza Tlaxcoaque, consultado con sus familiares y organizaciones civiles.
Tlaxcoaque es un antiguo barrio del Centro Histórico en cuya plaza se encuentra un pequeño templo del siglo XVII. Ha estado presente en mi vida. Mi barrio está a escasos 10 minutos y la cruzo todos los días para llegar a mi hogar. Cuando el temblor de 1985 nos sorprendió sin transporte urbano, caminé desde mi escuela secundaria por todo Insurgentes hasta Fray Servando y de ahí hacia el oriente. Recuerdo muchos derrumbes, entre ellos Tlaxcoaque y el edificio de la Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales (DIPD), la policía política.
En la Balbuena dimos refugio por un mes a vecinos de Pino Suárez y Tlaxocaque. Siendo aún niños, ayudamos en la asistencia a voluntarios y a refugiados. Por esos años iniciaba también mi relación con luchadores sociales. Recuerdo que en sus pláticas hablar de la DFS o la DIPD, era mencionar al demonio mismo, el mal absoluto: “Que te llevaran a Tlaxcoaque, era lo peor que te podía pasar, por lo menos si llegabas a Lecumberri sabías que no te matarían, no de inmediato”, me contó un viejo luchador social por aquellos años.
Las instalaciones de la DIPD en Tlaxcoaque funcionaron como centro de detención, interrogatorio y derivación de detenidos de toda corporación policiaca que operaba en la ciudad en el periodo de 1965-1985. (La DIPD fue cerrada por decreto en agosto de 1985, pero siguió funcionando clandestinamente hasta el temblor de septiembre. La policía del DF siguió operando ahí. A sus temidas crujías llegaban tanto estudiantes que repartían propaganda, disidentes sindicales, jóvenes “greñudos”, como miembros de las guerrillas urbanas. Ahí trasladaron a cerca de 400 detenidos la noche del 18 de septiembre de 1968 cuando el Ejército entró a Ciudad Universitaria, lo narra Renán Cárdenas: En Tlaxcoaque Se portaron muy decentes conmigo, no ocurrió lo mismo con otros estudiantes: Vi cómo recibieron a los del Instituto Politécnico y les dieron una paliza horrorosa.
En 1976, Noé Agudo se dedicaba a lo que ahora hago. Era un activista que promovía la democracia y los derechos humanos, publicaba un periódico estudiantil El Nieto del Ahuizote y el miércoles 11 de agosto de ese año acudiría con un sindicalista para repartir propaganda en la vía pública a favor de la democratización del Sindicato de Telmex. Fue detenido y llevado a Tlaxcoaque: «Allí había unas sillas en las que nos sentaron para amarrarnos las manos por detrás y luego nos vendaron… Después de un largo rato comencé a escuchar gritos de dolor, alaridos, lamentos y luego sollozos y quejidos.: ¡Ayy, ya no, ya no! ¡Ya déjenme, por favor! ¡Yo no sé nada, no sé, nooo! Cuando los gritos se aplacaban se oían risas, voces que decían: Bájalo…, trae al otro…, éste todavía aguanta…». Sabemos que muchos activistas entraron, pero no fueron vistos con vida nunca más. Aquí algunas fotografías e historias.
La disidencia sexual también fue torturada en la DIPD, sobre todo quienes se “atrevían” a reunirse públicamente. Max Mejía me contó que cansados de las extorsiones en 1980, cerca de 100 gays caminaron hasta Tlaxcoaque para exigir la liberación de las personas detenidas ilegalmente, lo lograron. Fue quizá el Stonewall mexicano no documentado aún.
Georgina Martínez nos cuenta que a finales de los 80’s cuando se hacían redadas en clínicas del DF donde se practicaban abortos, las mujeres recién operadas eran llevadas a Tlaxcoaque. También se llevaban a las que esperaban su turno, sus acompañantes y al personal médico de una clínica: Entre ellas iban compañeras militantes del PRT, una de ellas pudo salir y dio aviso, hicimos una gran protesta y fueron saliendo todas y todos, claro, después de palizas e insultos, a las mujeres con aborto practicado.
Hasta hoy no sabemos cuántas personas fueron detenidas, asesinadas y torturadas en Tlaxcoaque, los archivos de la DIPD están “perdidos”. La transición sólo ha garantizado la impunidad a los perpetradores de la guerra sucia. Como recuerda Jean Meyer, en el sismo de 1985 fueron encontrados cadáveres de personas en cajuelas de automóviles y esposados en los separos.
En el 2001, la Comisión Nacional de Derechos Humanos recibió quejas de familiares de los desaparecidos, elaboró un informe especial y una recomendación, donde entre otras cosas se requerían los archivos de la DIPD. Fruto de la recomendación 26/2001, se creó la Fiscalía Especial para Delitos del Pasado (FEMOSPP), la cual inició procesos penales que en su totalidad han fracasado. Su “informe histórico” fue desacreditado por el gobierno y lo conocemos dado que los investigadores lo publicaron. Los casos se siguen en la PGR, pero la justicia no ha llegado. Sólo la tenacidad de Tita Radilla ha logrado justicia fuera de nuestra fronteras. La lucha por encontrar a los desaparecidos en México sigue día con día.
El obscuro legado de la DIPD en Tlaxcoaque y las consecuencias de la impunidad se extienden hasta hoy. En esa sede operó «El Negro» Durazo, ícono de la corrupción del sistema priista; ahí se formaron quienes asesinaron al periodista Manuel Buendía en 1984. Los integrantes de la banda de “La Flor” responsables del asesinato de Fernando Martí y Jorge Palma, eran ex agentes de la DIPD. ¿Cuántos más han asesinado y torturado hasta nuestros días con las técnicas que aprendieron en Tlaxcoaque?
El gobierno de Marcelo Ebrard negoció la remodelación de esta plaza a cambio de colocar la estatua de Heydar Aliyev en Reforma. Con dinero de un violador de derechos humanos se remodeló la plaza Tlaxcoaque, vaya paradoja. Sergio Aguayo, Daniel Gershenson y Andres Lajous entre otros, dieron argumentos de fondo para el retiro la estatua de Aliyev, cuestión que finalmente sucedió. No fue un tema extravagante. Se trata de los reflejos que como habitantes de ciudad, tenemos ante los derechos humanos y su violación. En adelante, debemos reformar la ley para que en estos casos, exista una amplia consulta. Los monumentos públicos, merecen la opinión de los capitalinos.
Con mi madre y mi padre visité la Plaza de la Amistad Azerbaiján – México. Cerca de la media noche unos jóvenes jugaban con su perro y su pequeño hijo. Mi madre tocó la campana de la capilla ahora remodelada dado que un anuncio invita a hacerlo como “símbolo audible” de la “paz y democracia entre los pueblos”. Leímos la placa en recuerdo del “genocidio de Jodalí”. Ni una mención a las masacres sufridas por pueblo armenio, nada que nos recuerde lo que ahí sucedía hace 30 años. Lo sentimos como una ofensa.
Un memorial a las víctimas de la guerra sucia en Tlaxcoaque es lo menos que los gobiernos de la ciudad le deben a quienes con su lucha construyeron el contexto de la llegada de las izquierdas y sus valores a la Ciudad de México. La justicia para las víctimas de la guerra sucia es una tarea pendiente que nos recuerda que la impunidad que actualmente lacera nuestra convivencia, tiene un sustento histórico reciente. En España, Argentina y Chile la sociedad civil ha recuperado las historias de los sótanos obscuros de la tortura. En México parece que nada se mueve, sólo la amnesia.
La comisión retomó nuestra propuesta para su informe final, pero han pasado 10 meses y no existe seña alguna de que Miguel Mancera busque cumplir con la recomendación sobre Tlaxcoaque. Se fue Aliyev, pero en la vieja plaza seguimos igual, sin memoria. A pesar que la ALDF aprobó por unanimidad que en Tlaxcoaque se develara una placa, la única obra es la remodelación en la fachada del cuartel de la policía. Ninguna democracia funciona adecuadamente con amplios márgenes de impunidad, ninguna se edifica sobre el olvido.
Recordemos mañana a Allende, a los valores democráticos. Mientras la justicia no se siente entre nosotros, exijamos; Vivos les llevaron, vivos les queremos.
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